Tener una vida espiritual en el siglo
XXI requiere como siempre valor. A lo largo de la historia quien ha pretendido
vivir desde el ser espiritual que somos ha precisado de valor pues supone
mantener una línea de desarrollo y crecimiento personal que la mayoría de la
gente no entendía, y, en algunos ocasiones, ni toleraba, ni tolera.
Los avances científicos, la constatar
que existen partes del cerebro que se activan y cambian en personas con una
vida espiritual plena han venido a reforzar los argumentos de quienes ya lo
venían relatando desde hace siglos y supone una mayor comprensión de quienes
son más racionales y hasta que no lo ven no lo creen.
La vida espiritual se representa para
la mente como un viaje a nuestro interior, a lo que realmente somos, a nuestro
ser, al centro de la tierra, pues desde ese centro, todo lo que le rodea es el
universo entero, es el CENTRO.
El viaje ha de comenzar con un PLAN,
como cuando se programa un viaje de verano o turístico. Con una peculiaridad, y
es que nuestro PLAN es el propio viaje. El principio y el fin, el alfa y el
omega se junta en un instante, en un momento, en un AHORA. Por tanto el PLAN
sirva para ahora y se agota en el ahora. Esta comprensión de finitud y a la vez
impermanencia del ahora y la vez la eternidad del momento es la parte más difícil
de asimilar por la mente, que quiere límites y fronteras, pues es su manera de
comprender y aprehender el mundo. Somos energía fluctuante y cambiante que en
vibración baja se materializa y cuya impermanencia tiene su manifestación en
los procesos bioquímicos constantes que la materia experimenta. Todo pasa, nada
queda, que lo nuestro es pasar, dice la canción.
El PLAN se traza de manera mental. Es
la mente la que decide, pero será la voluntad que surge del Ser y del Corazón
la que mantenga el timón si queremos mantener el rumbo, pues a las primeras de
cambio, sentido por la mente, querrá volver atrás, si percibe sobre todo
extinción de lo que considera que es, el ego.
El PLAN debe ser sencillo,
instrucciones muy claras y concisas. Fáciles de recordar y de repetir de continuo
en ciclos. En este aspecto nos ayuda el tiempo, que organizado en épocas y
estaciones nos ha organizado la vida en horas, días, semanas, meses, años y
siglos. Para el PLAN, que vive en el ahora, la dimensión temporal más cercana
es la hora y sus divisiones. Y el ciclo de repetición más eficaz y cercano a la
hora es el día. Por tanto, en las dimensiones temporales terrenales, el día y
la hora son dos elementos esenciales, siendo el resto, absolutamente despreciables
a esos fines, pues las semanas, meses y
años, no serán más que ciclos de repetición.
El PLAN para cada día y un PLAN para cada hora. Dicho así, ya pesa
a la mente, pues todo lo que sea planificarlo todo suena a rigidez mental y
falta de libertad. ¿Dónde está la improvisación?, ¿Dónde queda lo de fluir?. Si
comparamos el PLAN con el de un río, veremos como el río siempre repite sus
ciclos diarios y semanales, pues la vida no es el rio sino lo que lleva el rio
arrastrando y deslizándose en su superficie o sumergido en sus aguas. Por tanto,
para darse cuenta de lo que la vida ha traído a las orillas del rio, lo que
flota o ha quedado sumergido es el resultado de una vida consciente. Para tener
una vida consciente es necesario estar despiertos y para estar despiertos es
preciso un PLAN ante la tendencia de la mente en quedarse dormida entre sus
deseos de futuro y sus apegos al pasado.
¿Qué contenido tiene el PLAN?. Lo
veremos en otra entrada. Ahora quedémonos con el hecho y la circunstancias de
que el PLAN debe ser organizado en día y hora.
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