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viernes, 27 de noviembre de 2015

VIDA ESPIRITUAL EN EL SIGLO XXI (VII): EL PLAN: Un viaje: El tiempo


Tener una vida espiritual en el siglo XXI requiere como siempre valor. A lo largo de la historia quien ha pretendido vivir desde el ser espiritual que somos ha precisado de valor pues supone mantener una línea de desarrollo y crecimiento personal que la mayoría de la gente no entendía, y, en algunos ocasiones, ni toleraba, ni tolera.

Los avances científicos, la constatar que existen partes del cerebro que se activan y cambian en personas con una vida espiritual plena han venido a reforzar los argumentos de quienes ya lo venían relatando desde hace siglos y supone una mayor comprensión de quienes son más racionales y hasta que no lo ven no lo creen.

La vida espiritual se representa para la mente como un viaje a nuestro interior, a lo que realmente somos, a nuestro ser, al centro de la tierra, pues desde ese centro, todo lo que le rodea es el universo entero, es el CENTRO.

El viaje ha de comenzar con un PLAN, como cuando se programa un viaje de verano o turístico. Con una peculiaridad, y es que nuestro PLAN es el propio viaje. El principio y el fin, el alfa y el omega se junta en un instante, en un momento, en un AHORA. Por tanto el PLAN sirva para ahora y se agota en el ahora. Esta comprensión de finitud y a la vez impermanencia del ahora y la vez la eternidad del momento es la parte más difícil de asimilar por la mente, que quiere límites y fronteras, pues es su manera de comprender y aprehender el mundo. Somos energía fluctuante y cambiante que en vibración baja se materializa y cuya impermanencia tiene su manifestación en los procesos bioquímicos constantes que la materia experimenta. Todo pasa, nada queda, que lo nuestro es pasar, dice la canción.




El PLAN se traza de manera mental. Es la mente la que decide, pero será la voluntad que surge del Ser y del Corazón la que mantenga el timón si queremos mantener el rumbo, pues a las primeras de cambio, sentido por la mente, querrá volver atrás, si percibe sobre todo extinción de lo que considera que es, el ego.

El PLAN debe ser sencillo, instrucciones muy claras y concisas. Fáciles de recordar y de repetir de continuo en ciclos. En este aspecto nos ayuda el tiempo, que organizado en épocas y estaciones nos ha organizado la vida en horas, días, semanas, meses, años y siglos. Para el PLAN, que vive en el ahora, la dimensión temporal más cercana es la hora y sus divisiones. Y el ciclo de repetición más eficaz y cercano a la hora es el día. Por tanto, en las dimensiones temporales terrenales, el día y la hora son dos elementos esenciales, siendo el resto, absolutamente despreciables  a esos fines, pues las semanas, meses y años, no serán más que ciclos de repetición.

El PLAN para cada día  y un PLAN para cada hora. Dicho así, ya pesa a la mente, pues todo lo que sea planificarlo todo suena a rigidez mental y falta de libertad. ¿Dónde está la improvisación?, ¿Dónde queda lo de fluir?. Si comparamos el PLAN con el de un río, veremos como el río siempre repite sus ciclos diarios y semanales, pues la vida no es el rio sino lo que lleva el rio arrastrando y deslizándose en su superficie o sumergido en sus aguas. Por tanto, para darse cuenta de lo que la vida ha traído a las orillas del rio, lo que flota o ha quedado sumergido es el resultado de una vida consciente. Para tener una vida consciente es necesario estar despiertos y para estar despiertos es preciso un PLAN ante la tendencia de la mente en quedarse dormida entre sus deseos de futuro y sus apegos al pasado.

¿Qué contenido tiene el PLAN?. Lo veremos en otra entrada. Ahora quedémonos con el hecho y la circunstancias de que el PLAN debe ser organizado en día y hora.



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