¿Por dónde empezamos?. No es fácil
tomar una decisión en la mente para comenzar la vida espiritual, pues no la
reconoce, al igual que no reconoce, pues no se da cuenta, de que en su cuerpo
se está produciendo un tumor cancerígeno. Para ella, la mente, la vida
espiritual no existe y por ello el primer paso no es sólo informarla de que
existe, es, además, formarla.
La información y la formación se convierten
entonces en el primer elemento básico para poder iniciar un proceso de
aprendizaje y en materia espiritual es lo mismo.
Este año queremos dedicar este espacio
a analizar las posibilidades reales de mantener en el siglo XXI una vida
espiritual y para ello tenemos que tener en cuenta que durante el siglo XX, los
que nacimos en él, no fuimos, salvo excepciones, bien informados y formados en
lo espiritual. No tenemos formación espiritual o no la tenemos adecuada.
Nos disponemos a realizar un viaje, un
camino, y solo con los que quieran hacerlo. Es decir, existirán personas que no
quieran tener una vida espiritual y a ellos, entonces, no nos dirigimos. Lo hacemos
a aquellos que tienen la inquietud de avanzar en su desarrollo personal en esta
faceta espiritual.
La mayor parte de los que acuden a nuestros
cursos con esta inquietud lo hacen con una cierta información y formación, casi
toda ella de base católica, cristiana. Su mente acoge conceptos y desarrolla
creencias culturales y educacionales experimentadas y vividas en su infancia y
juventud, pues en su madurez abandonaron toda práctica espiritual. Llevaron a
cabo algunos ritos como el Bautismo, la Primera Comunión, la Confirmación, el
Matrimonio Católico y poco más. Rezan cuando lo necesitan, van a Misa los
domingos y fiestas señaladas y tienen algún otro gesto de piadoso. Otros vienen
leídos sobre otras religiones, sobre todo la Budista y algunas teorías seudocientíficas
sobre la espiritualidad y la propia vida y la Creación, la vida y la muerte, si
bien no experimentadas y vividas como el cristianismo, al no haber sido
iniciados desde la infancia en ellas y sin maestros que les acompañen e
iluminen en sus caminos, a diferencia de la religión católica que cuenta con
ese acompañamiento para quien lo desee vivir.
“Descreídos” la gran mayoría, es decir,
quienes afirman: “Creo en Dios pero no en la Iglesia”, “Soy católica pero no
practicante”, “Solo creo en Dios” y frases similares que pretenden poner en
evidencia que sobre todo y ante todo la interpretación personal sobre el tema
es la que predomina. Es decir, yo, o lo que es lo mismo, mi mente, ha decidido
y en función de la creencia generada soy consecuente. Pero pese a esta decisión
mental y sentimental aún tengo sed, aún no he encontrado el centro, la verdad,
la VERDAD y quiero seguir profundizando en mi crecimiento personal.
Este principio de creencias y rotunda
afirmación del “yo”, es decir, una estructura mental y sentimental que conforma
nuestro credo es el principio.
Nacemos a la “espiritualidad consciente”
con un principio. El cristianismo cuenta con “El Pecado Original”, doctrina
teológica apasionante y que aún hoy en día mantiene una línea de debate entre
quienes la estudian.
En nuestro caso “el principio” es evidente,
y no podemos evitarlo. Todos tenemos “el principio” y con él partimos para
realizar este viaje o camino espiritual.
Quien quiera negarlo se tropezará con él
a cada paso, quien quiera cargárselo, borrarlo de un plumazo, verá como se
regenera y se transforma pero no desaparece. “El principio”, como el Pecado
Original es consustancial a la mujer y el hombre consciente del siglo XXI. En
cuanto nacemos nos educan, vivimos en un entorno y una cultura, rodeados de
circunstancias y experiencias que nos condicionan, conforman nuestras memorias
y condicionan nuestras vidas. Este elenco de vida, es “el principio”.
En el camino que iniciamos “el
principio” siempre nos acompaña, siempre. Nunca lo dejamos atrás, tan sólo
sanaremos la manera en que lo vivimos y experimentamos por la mente y los
sentimientos que genera. Pero este paso, para otro día.