Se ha comparado con el más exquisito de los elixires
la experiencia de una plena vida espiritual, con una bebida, y, casi todas las
religiones tienen entre sus ritos fundamentales el de beber algo. Por esta
manera de describir con palabras la experiencia espiritual también se han
desarrollado expresiones y narraciones referentes a todo lo contrario, es decir,
a las heces del cáliz o el vino amargo, como expresión, también, de una faceta de
la vida espiritual. Y es que no puede haber Paz sin antes no ha existido la
guerra. Llegamos a la Paz porque venimos de la guerra.
Si la vida espiritual plena conlleva la Paz
interior, quien aún no la ha alcanzado sigue en guerra, consigo mismo, con los
demás, con el entorno, con la vida y con el universo. En expresión coloquial,
con todo el mundo. Quien así camina por la vida aún encuentra en ella el vino
amargo, el amargor, la amargura y de ahí la expresión personas amargadas.
La amargura es uno de los sentimientos más
destructivos, compuesto de las emociones básicas como el hartazgo (asco), tristeza
e ira y ausente de la alegría, la sorpresa, siendo el miedo muy subconsciente,
el que se amarga, amarga la vida a los demás. Es como el perro del hortelano,
que ni come ni deja comer. Este sentimiento se apodera de su vida y las
emociones básicas dominantes, se hacen presa de su existencia, y siempre están entre
coléricos e iracundos y tristes y melancólicos, cuando no se está harto de todo
y de todos. Pocas veces muestran alegría por algo y menos aún se sorprenden por
algo, pues nada esperan y de todo desesperan. La sensación de abandono es
total. Esta lucha interior, entre pensamientos contractivos que se mueven en
nuestra mente de manera circular y rumiante, convierten la vida en un vino
amargo que no queremos beber.
Esta situación es la antesala de un amanecer,
es la tormenta que precede a la calma, pero precisa tiempo. El vino amargo no
tiene cura salvo que se le añada tal cantidad
ingente de agua que se disuelva, de tal manera, que nada ni nadie pueda apreciar su presencia salvo por
una leve y ligera sensación de amargura en la punta de la lengua que incluso resulta agradable. Esa
agua necesaria la pondrán las lágrimas que deberá expulsar del cuerpo, como
archivo emocional y mental, todo cuando provoca el amargor. Lo pondrá el agua
que bebemos y la comida que comemos, (que en el fondo en su mayor parte es agua),
cuando su ingesta esté exenta de emociones y pensamientos limitantes y
contractivos, es decir, con alegría. Ese agua, como agua viva, la pondrá el
propio cuerpo que sanará la existente en él (somos un 70% agua) cuando la
expongamos a vibraciones externas llenas de amor y armonía. Es decir, todo un
proceso integral entorno al agua que somos y nos da la vida. Solo el agua puede
disipar de tal manera el amargor del vino amargo y entonces surgirá en nuestro
interior el fuego que ante tanta agua se presenta para mantener el equilibrio y
ese fuego solo puede brotar del corazón que alienta la vida para seguir
adelante, siempre adelante, renaceremos
en la vida espiritual llenos de plenitud y armonía.
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