La vida espiritual, como dimensión del
desarrollo humano, podría pensar uno que se aprende, que es un conjunto de teorías
y herramientas, procedimientos y protocolos, experiencias y vivencias que
conforman una vida espiritual. Si así fuera, como otras facetas más
intelectuales de la vida, la “iluminación” estaría al alcance de todos aquellos
que se aprenden la teoría y la práctica, más por la historia y la experiencia sabemos
que no es así. ¿Qué falta entonces?. ¿Qué hace a la vida espiritual diferente a
la mente o al cuerpo, al conocimiento y a la práctica de un deporte? .
Todo cuanto aprendamos, todo cuanto
practiquemos está destinado a un fin que no es otro que el Espíritu anide en
nuestro Ser, en nuestro corazón. Cuando estemos dispuestos, cuando hayamos
llegado a un nivel de desarrollo propicio el Espíritu vendrá a vivir con
nosotros.
Es el momento en que estaremos “conectados”
con el Espíritu. Esa conexión será unas veces más intensa que otras, pero se
quedará con nosotros para siempre salvo que lo expulsemos conscientemente.
Quién quiera tener una vida espiritual plena
deberá esperar a que se produzca esa conexión. Es como un NACIMIENTO, un parto,
en el que después de disponer mente, cuerpo y sentimientos (emociones más
pensamientos), el Espíritu decide nacer en cada uno de nosotros.
El Espíritu nos trasciende y llegará cuando
tenga que llegar, a veces de repente, de improviso, de manera inopinada, en
otras después de años de preparación, en otras ocasiones desde el principio de nuestra
existencia y en algunas al final de nuestros días, llegará cuando tenga que
llegar pues es El él que decide cuando hacerlo.
Si fuera una decisión del hombre y la mujer,
lo sería a nivel mental, corporal y emocional y producto de ellas y por tanto
no les sería trascendente. El Espíritu es la fuerza que permite que quien lo
lleva consigo se distinga por su sabiduría e inteligencia, su claridad en los
consejos, su fortaleza, su manera de tratar a los hombres, a los animales, su
entorno, su forma de relacionarse con quien lo creó todo, tratándolo como un
verdadero padre y como una verdadera madre de todo lo que es y puede llegar a
tener y conseguir en la vida.
La búsqueda consciente del Espíritu es una
opción de vida. A veces llega en la pura inconsciencia, sin buscarlo, existen
muchos ejemplos a lo largo de la historia, pero es la búsqueda consciente de la
conexión espiritual la que llena a la vida de plenitud y luz. Se puede lograr
luz y plenitud desde un nivel y disposición mental y emocional determinada sin
necesidad del Espíritu, pero la luz y la plenitud serán diferentes, alcanzando solo
el grado de excelencia suma cuando en
nuestra vida está presente el Espíritu.
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