Quien despierta
a la luz que otorga la inmersión en la vida espiritual lo hace en medio de su
mundo, el mismo que hasta entonces tenía y vivía, pero pronto ese mundo de
circunstancias y personas se vuelve estrecho y precisa ser renovado, más es
consciente de que no puede cambiarlo de repente, que será su luz y la de otros
las que transformarán el entorno y que dicho proceso será largo, incluso
trascenderá la propia vida corporal.
Comienza
entonces un proceso en el que por una parte la persona “despierta”, se aleja de
hábitos y costumbres que antes conformaban su carácter, pues éste ha cambiado y
comienza con nuevos hábitos y costumbres que refuerzan el nuevo carácter, su
renacimiento. Este cambio radical es apreciado por su entorno, por las personas
que lo rodean y comienza un alejamiento de realidades, circunstancias y
personas recíproco. Comienza la soledad, una soledad, que no significa sentirse
solo, pues el espíritu llena con plenitud la vida de aquel que está imbuido en
él.
En esta
fase aparece el “ser solitario”, pues busca la soledad y el silencio, el
encuentro con el espíritu, con su ser, con lo que realmente es, comienza una
vida sin necesidad de la misma vida tal y como hasta ahora estaba planeada, pues
la vida comienza de dentro hacía fuera y no de fuera hacía dentro, comienza un
camino en el que encontrará a otros en sus mismas circunstancias y con los que
compartirá tiempos y espacios, más la soledad, lo que llaman soledad, será su
fiel compañera el resto de su vida, pues lo que llaman soledad, no es más que
un vacío para la sociedad y un todo para la vida espiritual.
Quien
encuentra la soledad del ser, el ser solitario, lo encuentro todo. Y en este
todo que es SER se queda a vivir.
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