Todo da comienzo de manera muy temprana. En
la comprensión preconsciente, como bebés. En estos primeros momentos en la
vida, cuando no existe una apreciación del “yo”, es entonces, en los primeros
días de vida cuando queda grabado en nuestro cuerpo físico, en nuestros cuerpo
spicoemnocional y en la energía que somos, llamémosle, una sensación, que quedará
registrada para nosotros como lo que entendemos por amor. Todo comienza en el
balbuceo que realizamos para que la madre, que nos ha portado durante meses,
nos atienda, nos preste atención, nos de amor.
El resto de nuestra vida, ya con el ego
conformado y estructurado, pasaremos la vida buscando la sensación, una
sensación de amor profundo pues hemos sido separados de él spiquicamente,
buscando desesperadamente una persona que pueda aportar lo que consideramos que
nos falta. Pasamos la vida en la vivencia de esta carencia que enterramos bajo
las llaves de creencias, todas mentales, que impedirán en el futuro encontrar
el camino de vuelta a casa.
Existe una gran información de lo que para
cada uno de nosotros es el amor si indagamos en lo que ocurrió en el primer año
de vida.
Federico II de Prusia apartó a niños al nacer
para ser criados sin ningún tipo de afectividad o sentimiento con el objeto de
crear un ejercito de hombres sin sentimientos de compasión. Los tuvo en un
hospital al cuidado de personas que no les suministraban más que comida y les
limpiaban, sin aportarles afecto y atenciones afectivas. Todos fallecieron a
las pocas semanas. Lo que se tomó como una epidemia fue descubierto un siglo
después por Rene Spitz (discípulo de Freud) y que describió como la ausencia de
estimulación benigna.
Rene Spitz estudiaba que ocurría cuando los
neonatos son apartados de sus madres en las primeras horas y días y son
atendidos por enfermeras que les trataban con desdén. Acuñó el término “Hospitalismo”.
Todo comienza en el mismo instante en que
somos concebidos, a los diez días el corazón da su primer latido en el seno
materno y desde ese momento comienza la aventura del amor, que no es otra que
la atención. Hasta el surgir del ego, todo será registrado, en nuestro cuerpo,
nuestros recuerdos, en nuestra mente y determinará en el futuro la manera como
buscamos el amor, como desde esa personal e individual forma de haber
registrado el amor o su ausencia buscamos el reencuentro. Este camino, que es
particular e individual, es en todos los casos no consciente. Cuando la
consciencia llega a la costatación, a la compresión de lo que ocurrido,
entonces, se integran, se reconocen “lo que fue” con “lo que soy” para
sencillamente “Ser”. Se completa un ciclo del viaje y se produce un
renacimiento, un nuevo comienzo desde la consciencia de que solo se es, solo
Ser.
Mientras ocurre este encuentro la vida
trascurre en un movimiento de búsqueda
de lo que se considera perdido o lo que nunca se tuvo. Sólo volviendo a casa,
solo volviendo al origen para ahora con la consciencia “sanar” las heridas, las
“sombras”, y dar comprensión a lo que el bebé no puedo integrar en la
consciencia, se puede trascender el ego carencial y vivir desde el Ser.
Encontrar el amor que somos.
Volver a casa, volver al niño, al bebé para
darle comprensión y compasión al momento en que sin consciencia verificó el
amor por primera vez.
Volver al comienzo.
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