viernes, 14 de febrero de 2014

REINICIARSE como SERES ESPIRITUALES: El vino amargo (XXII)


Se ha comparado con el más exquisito de los elixires la experiencia de una plena vida espiritual, con una bebida, y, casi todas las religiones tienen entre sus ritos fundamentales el de beber algo. Por esta manera de describir con palabras la experiencia espiritual también se han desarrollado expresiones y narraciones referentes a todo lo contrario, es decir, a las heces del cáliz o el vino amargo, como expresión, también, de una faceta de la vida espiritual. Y es que no puede haber Paz sin antes no ha existido la guerra. Llegamos a la Paz porque venimos de la guerra.

Si la vida espiritual plena conlleva la Paz interior, quien aún no la ha alcanzado sigue en guerra, consigo mismo, con los demás, con el entorno, con la vida y con el universo. En expresión coloquial, con todo el mundo. Quien así camina por la vida aún encuentra en ella el vino amargo, el amargor, la amargura y de ahí la expresión personas amargadas.

La amargura es uno de los sentimientos más destructivos, compuesto de las emociones básicas como el hartazgo (asco), tristeza e ira y ausente de la alegría, la sorpresa, siendo el miedo muy subconsciente, el que se amarga, amarga la vida a los demás. Es como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer. Este sentimiento se apodera de su vida y las emociones básicas dominantes, se hacen presa de su existencia, y siempre están entre coléricos e iracundos y tristes y melancólicos, cuando no se está harto de todo y de todos. Pocas veces muestran alegría por algo y menos aún se sorprenden por algo, pues nada esperan y de todo desesperan. La sensación de abandono es total. Esta lucha interior, entre pensamientos contractivos que se mueven en nuestra mente de manera circular y rumiante, convierten la vida en un vino amargo que no queremos beber.

Esta situación es la antesala de un amanecer, es la tormenta que precede a la calma, pero precisa tiempo. El vino amargo no tiene cura salvo que se le añada tal cantidad  ingente de agua que se disuelva, de tal manera, que nada ni  nadie pueda apreciar su presencia salvo por una leve y ligera sensación de amargura en la punta  de la lengua que incluso resulta agradable. Esa agua necesaria la pondrán las lágrimas que deberá expulsar del cuerpo, como archivo emocional y mental, todo cuando provoca el amargor. Lo pondrá el agua que bebemos y la comida que comemos, (que en el fondo en su mayor parte es agua), cuando su ingesta esté exenta de emociones y pensamientos limitantes y contractivos, es decir, con alegría. Ese agua, como agua viva, la pondrá el propio cuerpo que sanará la existente en él (somos un 70% agua) cuando la expongamos a vibraciones externas llenas de amor y armonía. Es decir, todo un proceso integral entorno al agua que somos y nos da la vida. Solo el agua puede disipar de tal manera el amargor del vino amargo y entonces surgirá en nuestro interior el fuego que ante tanta agua se presenta para mantener el equilibrio y ese fuego solo puede brotar del corazón que alienta la vida para seguir adelante, siempre adelante,  renaceremos en la vida espiritual llenos de plenitud y armonía.


  

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