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sábado, 15 de marzo de 2014

REINICIARSE como SERES ESPIRITUALES: La Santidad (XXVI)


A todos la palabra Santo o Santa nos conduce rápidamente a un juicio automático seguido de una sensación o sentimiento. Un automatismo mental y emocional. Es como la palabra “deberes” cuando eras pequeño, a pocos les gustaba que sus padres pronunciaran esta palabra en determinados momentos y horas, sobre todo cuando estábamos jugando. Era esa palabra que sencillamente podía entristecernos o enfadarnos en segundos.

La Santidad la podemos cambiar por la palabra “perfección” o “ser perfecto” y si lo hacemos otro juicio automático nos aborda: Es imposible,  no hay nada perfecto. Tengo la creencia de que es verdad, de que nada hay perfecto pues todo goza de la imperfección para que exista movimiento hacía la perfección. Desde el odio al amor, desde la miseria a la riqueza, desde la ignorancia a la sabiduría… Todo es un movimiento de un extremo al otro.

La perfección, la santidad, es el espejo en el que se reflejan todas nuestras miserias, imperfecciones y faltas, más como no nos aceptamos como somos, rechazando todo lo que no nos gusta sencillamente huimos de quien alumbra, ensalza y evidencia todo aquello que no queremos de nosotros mismos.

El santo o la santa, no lo son porque sean perfectos, lo son porque son conscientes de sus miserias, imperfecciones y faltas y las integran en su vida de tal manera que acaban  desapareciendo, no las rechazan, tampoco las aman, simplemente las aceptan.

Aprender a aceptar lo que somos nos coloca de inmediato en el camino de la perfección pues cierra el círculo de lo que somos, conformando entonces una esfera, que algunos denominan “naranja”. Ya no tengo que buscar la “media naranja” pues soy un ser completo. De esa aceptación comienza un proceso de transformación en el que se suelta todo aquello que resulte contractivo y comienza a ocupar nuestra vida todo lo expansivo. Se abre un camino de perfección pues la imperfección se reduce, más jamás desaparece, pero está de tal forma integrada en el conjunto que la armonía de su contemplación solo puede despertar admiración y amor. De ahí que las personas santas sean tan queridas en cualquier parte de la tierra por parte de muchos y por otros son rechazadas al convertirse en espejo de todo cuanto no aceptan de sí mismas.

Ser Santo o Santa es sólo Ser, en plenitud, en totalidad. La única máxima de comportamiento de un Santo es la tendencia a la perfección aceptando lo imperfecto, pues sin ello no tendría sentido la búsqueda de la perfección. Más nace en ella la humildad, dado que no se reconocen como tales pues su foco está puesto siempre en lo imperfecto, evitando con ello la aparición del egoísmo y egocentrismo propios de una focalización excesiva y desbordada en lo perfecto.

Son nuestras imperfecciones las que nos harán santos y santas. Alguno se preguntará, ¿para qué?: Para ser seres completos, plenos, Uno en la Unidad que somos. De lo contrario viviremos separados de lo quiero y no tengo, de lo quiero y no puedo, de lo quiero y no soy y esa separación es la fuente misma del dolor y el sufrimiento, no la propia existencia de la imperfección, sino su rechazo.

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